Son las nueve de la mañana cuando Rafael, el enólogo de la bodega Son Juliana me da la bienvenida. Se le ve despierto, sin estar agobiado, ya lleva un rato trabajando. Son los días previos a la vendimia, un momento clave en el que en un corto espacio de tiempo está en juego la labor previa de todo el año.
Ésta será la sexta vendimia de una bodega que nació del sueño de Günter Zimmer, un alemán que se enamoró de Mallorca y de la tierra donde nos encontramos, entre Santa Eugenia y Biniali.
“La nuestra es una bodega recién nacida”, reconoce Rafael. Puede que sea lo que reflejen sus ojos, la ilusión de un bebé que tiene todo un futuro prometedor de antemano. Me cuenta con orgullo que la bodega busca el máximo respeto por el medio ambiente. A partir de la añada de 2019 ya tienen el sello de vinos ecológicos. Además, actualmente ya son autosuficentes en lo que se refiere a la energía eléctrica, con placas solares y molinos de viento. Toda una forma de hacer que da pie a lo que me explicará a continuación.
Son Juliana elabora tintos, blancos y rosados. El mantonegro es la variedad autóctona predominante en las siete hectáreas de vid, donde también encontramos: cabernet, callet, prensal blanco, giró rubio, moscatel, chardonnay, syrah entre otros. Por lo que se refiere a las variedades autóctonas, Rafael me explica que, a diferencia de las internacionales, el resultado final del vino dependerá mucho de cómo haya ido el año. Su forma de entender los vinos mallorquines es respetando las condiciones ambientales locales. El calor nocturno de Mallorca no permitirá que sus vinos sean tan ácidos como pueden ser los de localidades más frías pero eso no quita que acabe siendo un producto de alta calidad. Una de las peculiaridades de la bodega Son Juliana es que no intenta forzar la heterogeneidad de sus vinos. Cada añada tendrá el gusto correspondiente al tipo de año en el que se elaboró. Las condiciones medioambientales se verán reflejadas en la cata de cada botella.
El año pasado, entre la crisis de la Covid-19 y el Mildiu, una enfermedad de los viñedos producida por hongos, que dañó la mitad de la producción de Son Juliana, no fue sencilla para ninguna bodega. Rafael lo define como “un terremoto vitivinícola”, en el que tanto la siembra como la producción y, evidentemente, la venta del vino han sufrido grandes descalabros que les están obligando a modificar los planes a gran velocidad. Por eso, este año, hacen una cosecha más reducida, esporgando y aclarando la cosecha, para distinguir aquella uva que no tiene la calidad óptima y así conseguir una menor producción pero mejor. O también a la hora de distribuir la producción, como por ejemplo, elaborando más vino tinto, para aprovechar ese tiempo extra de elaboración respecto al de los blancos o los rosados.
Ya falta muy poco por la vendimia y los controles de maduración de la uva son esenciales para escoger el momento óptimo de la cosecha. Ahora hay que estar pendiente de todo, del tiempo, de los imprevistos, hay que estar atento porque cualquier cosa puede cambiar el plan fijado. Por suerte para Rafael, todo queda al alcance, los viñedos y la bodega comparten espacio, toda una ventaja para que nada quede desapercibido. Cuando Rafael decida empezará la vendimia. Se hará a mano, con todo el cuidado posible, con todo el conocimiento y técnicas aprendidas y, por supuesto, con todo el amor que desprende el enólogo hacia esta bodega bebé que aún la sexta vendimia que parece promete ser de las buenas.
Ahora, ya en casa, recuerdo el paseo que he dado por la bodega con Rafael. Los barriles, los depósitos, el almacén, todo en calma. En pocos días, la vendimia cambiará todo. Cosecha, elige, prensado y todo un proceso laborioso y complicado para acabar volviendo a la calma, una vez madurado y embotellado, a punto de ser descubierto por el bebedor.
Es hora de probarlo, delante de mí tengo uno Son Juliana Mantonegro negre del 2017 y un Son Juliana Mantonegro blanc del 2018. No tengo ninguna duda de que disfrutaré de estos vinos autóctonos, honestos y de calidad.
¡Salud!